Como toda obra que admite una lectura esotérica “Adán Buenosayres” incluye un necesario descenso al infierno iniciático. En el Nuevo Testamento Jesús de Nazareth es crucificado, desciende a los infiernos y luego va al cielo. Don Quijote encuentra la verdad en las profundidades de una caverna; Dante Alighieri en su “Divina Comedia” busca a Beatrice en el infierno. El griego Ulises descendió al Hades para averiguar cómo volver a casa luego de la Guerra de Troya. Leonardo Favio, mucho más recientemente, hace descender al infierno (iniciático, no eterno) a Nazareno Cruz, el que se convierte en lobizón. Sábato hace algo parecido en “Sobre Héroes y Tumbas”. Martín Fierro desciende al infierno al final de la primera parte del libro; allí muere simbólicamente y luego renace otro gaucho, otro símbolo. “Viaje al Centro de la Tierra” de Julio Verne admite también una lectura de este tipo: en el mundo subterráneo hay monstruos protegiendo la Atlántida.
Leopoldo Marechal no podía ser una excepción, habida cuenta de los innumerables personajes del esoterismo que desfilan por sus escritos. La Autopsia de Creso (lo anunciamos en la entrega anterior) es una carta a un amigo en la que comienza con munición pesada diciendo que “Creso no ha bajado aún a la tumba, sino que agoniza velozmente… La innoble figura de Creso no hace fluir ahora por vez primera la tinta ecuánime de mi estilográfica, ya la describí hace años en mi Adan Buenosayres (y en su infierno de la violencia), donde Creso aparece junto a los ladrones como responsable del robo universal más tremendo que haya soportado el siglo”.
Adán Buenosayres, como dijimos en nuestro primer capítulo, fue publicado el mismo año de la creación del Fondo Monetario Internacional que, sigo pensando, es el Creso del que habla Marechal. El país se asoció al FMI luego de derrocado Perón (1956) y en 1965, cuando se escribe “la autopsia”, Perón estaba amagando con volver al país, y quizás sea por eso que Marechal dice que “está agonizando”. La Revolución Fusiladora tuvo como casi único fin meter al país en el infierno de Creso.
Creso lo ha corrompido todo, es el Tercer Estado Social que todo lo ha convertido en mercancía, incluso la vida de las personas. Anticipándose a los psicoanalistas que hoy describen la “colonización de la subjetividad”, Marechal dice que “lo que define a Creso no es una desmedida posesión de la riqueza corpórea, sino una mentalidad sui generis que le hace apetecer y buscar dicha riqueza. En consecuencia, hay millonarios que no son Creso y hay Cresos que no tienen un centavo”. Más o menos por la misma época, otro gigante del pensamiento nacional y popular, Arturo Jauretche, definía al “medio pelo” como “tilingos” que son pobres pero piensan como ricos.
¿Por qué decimos “Tercer Estado”?
Nuestro homenajeado reconoce que Creso cumple una función social ineludible: produce la riqueza y la distribuye. Si lo hace bien, cumple su función y hay armonía social. Si no, entonces está extralimitándose de sus funciones específicas y viene el caos, la injusticia.
Pero la virtud de crear y distribuir equitativamente riqueza se convirtió en un vicio: la sensualidad de la riqueza, que es otra cosa. Aparece entonces una “mística de lo material”. El buen Creso es bueno porque tiene dos frenos: uno interior, religioso, moral, y uno exterior, el de los guerreros, que en la sociedad también tiene una función. La casta social de los guerreros, en Marechal, se llama Ayax.
Veamos de poner orden en el razonamiento.
La “Autopsia de Creso” es una historia mitológica, o un mito histórico, como se prefiera (aunque no sean la misma cosa) en la que hay cuatro personajes: Tiresias, Ayax, Creso y Gutiérrez.
Según los manuales, Tiresias era un adivino mítico, que en la Antigua Grecia aconsejó a Edipo a hurgar en sus orígenes y así descubrió que había matado a su propio padre. También aconsejó a Ulises cuando éste descendió al Hades (el Infierno) a pedirle consejo de cómo regresar a su casa. Sería algo así como un sacerdote, en el sentido de “sacro=sacer=puente” entre lo divino y lo humano. Hoy diríamos que quizás ese puente entre lo divino (o destino) y el presente tangible, sea el psicólogo, si asimilamos, con Jung, “inconsciente” con “destino”. Alguien que adivina el destino es alguien que necesariamente debe hurgar en el inconsciente, en este caso colectivo.
Tiresias era ciego, pero como recompensa por ello, los dioses le habían dado el don de predecir el futuro.
Ya volveremos sobre este personaje griego y marechaliano a la vez. Vayamos al guerrero…
Ayax es el nombre de una obra de Sófocles. Bautizado así por el mismísimo Hércules, después de Aquiles fue el guerrero más valiente de la Guerra de Troya. Nunca fue herido en batalla y nunca recibió protección de los dioses como sí la recibieron otros guerreros. Muerto Aquiles en la guerra, su escudo fue a parar a manos de Ulises y no de Ayax, lo que enfureció a éste y, llevado por la locura, mató a un rebaño de ovejas confundiéndolas con soldados enemigos. Al darse cuenta de que había deshonrado a su espada, se suicidó.
De Creso ya hemos hablado en la primera parte, y sabemos que fue un rey de a de veras, que luego Marechal colocaría en el panteón de los dioses, por haber sido el creador del dinero.
De Gutiérrez sólo podremos hablar al final, por lo que apelaremos a la paciencia del lector… pero Marechal resume así la cosa: “son cuatro personajes llamados a cumplir las cuatro funciones necesarias al organismo social: Tiresias, el sacerdote, pontífice del hombre (o el que le hace puente hacia su destino sobrenatural; Ayax el soldado, que asegura la defensa, el orden y la justicia temporales en la organización; Creso, el rico, llamado a producir y distribuir la riqueza material o corpórea que necesita el organismo; y Gutiérrez el siervo, pinche o ayudante de Creso en sus operaciones económicas”.
Creso es una especie de caballo que es sujetado por dos riendas, que son Tiresias y Ayax, o sea la conciencia moral y la fuerza puesta al servicio del bien común. Tiresias es quien legisla, porque conoce los “principios eternos”. Ayax es el brazo secular de Tiresias, el que se ocupa de que se cumplan las leyes en este mundo y colaborador para que haya crecimiento material y espiritual, de todos.
La cosa se pone peliaguda cuando las virtudes de cada uno son desplazadas por los vicios de cada uno. Y así es como Marechal esboza una peculiar, original, “argenta”, filosofía de la historia.
Creso, obviamente, nunca estuvo feliz con ese rol de subordinación a Tiresias y a Ayax. Estudioso racionalista de la psique de los demás, descubrió que Ayax también recelaba contra Tiresias, ya que éste se entrometía en los asuntos temporales. Y decidió sacar provecho de esa “interna”. A su vez, el doble vicio de Ayax era el orgullo de la fuerza y la sensualidad del poder.
Ayax no acepta las reprimendas de Tiresias por sus guerras de conquistas con fines personales. Creso está impotente ante ese avance, y entonces Ayax toma el poder, desplaza a Tiresias del primer lugar y empieza a usar a Creso para financiar guerras y conquistas.
Dejando de lado el hecho de que en esa época (Guerra de Troya, ascenso de los faraones militares desplazando a los sacerdotes, Ramsés por ejemplo, etc.), podríamos decir que la forma marechaliana de concebir la Historia se corresponde con los hechos reales: los faraones eran dioses, al igual que los incas o los emperadores japoneses. Carlos Marx sospechó que su teoría sólo era aplicable al desarrollo europeo y que alguna vez habría que estudiar el “modo de producción asiático”, donde en la cúspide de la pirámide al principio había sumos sacerdotes… lo que Darcy Ribeiro llamaría luego “imperios teocráticos de regadío”.
Las primeras formas humanas de civilización eran teocráticas. Luego fueron sociedades militarizadas.
Pero las sociedades militarizadas no podían perdurar con un Creso enojado, por lo que en algún momento el Dios del Dinero se subleva contra Tiresias y Ayax. La Revolución Industrial y la Revolución Francesa fueron eso, ¿no? Y la revolución norteamericana de 1776: la burguesía desplaza a la aristocracia guerrera y a la jerarquía clerical, y empieza a dominar a los países, uno a uno, y empieza a insuflarle su espíritu des-espiritualizado, prosaico, laicista, y hasta llegan a INVENTARSE guerras para que Creso pueda ganar más y más dinero.
En Argentina Marechal creyó que la caída de Creso era inminente. Se equivocó: seis años después de su muerte, los militares entregaban el poder real a la Patria Financiera, o sea al capitalismo no productivo, parasitario, financiero, y que hoy sigue teniendo el verdadero poder.
Por si quedaran dudas sobre la dimensión esotérica (y popular a la vez, un aparente contrasentido) de la obra de Marechal, a poco de empezar su carta cita nada menos que a René Guénon, estudioso de las religiones de todo el mundo, que también escribió un libro titulado “El Rey del Mundo”, que cuenta la historia de quien domina al mundo desde las profundidades de la tierra, en algún lugar de Asia Central; el Reino de Agarta. Similar relato vemos en “Erné; leyenda cántabro-americana”, del vasco-argentino Florencio de Basaldúa, pero éste ubica al Reino del Mundo en territorio americano. Quizás Rodolfo Kusch haya explorado esos “delirios” en su grandiosa obra.
René Guénon, nacido en una familia católica, fue férreo, como tantos otros, defensor de la cultura oriental frente al fracaso de la cultura occidental sobre ellas. Escribió también “Simbolos Fundamentales de la Ciencia Sagrada”, donde resume la simbología antigua común a todas las religiones, lo que hace que quizás sea difícil entenderlo sin abordar antes la noción de “inconsciente colectivo” de Karl Jung. Guénon se convirtió al Islam y murió en El Cairo en 1951.
Podemos apoyarnos en el esoterista francés para afirmar que el sol de nuestra bandera es un símbolo esotérico amerindio, similar al Yin-Yang del Extremo Oriente. Algún día escribiremos algo sobre ésto y sobre cómo ese sol aparece deformado en nuestras monedas en varias acuñaciones del siglo XIX…
Marechal cita un libro de Guénon, “Autoridad espiritual y poder temporal”, y señala que el francés se refiere allí sólo a lo que significan Tiresias y Ayax. Y se adjudica a sí mismo el haberse dedicado a Creso. O sea que viene a erigirse como continuador de la obra de Guénon. Algo de razón tiene.
También sostiene así que fue la Revolución Francesa (inicio de la Edad Contemporánea) el hito que marca el comienzo del reinado universal de Creso, que usó a Gutiérrez como carne de cañón para entronizarse y luego lo masacró salvajemente. A partir de allí, este “Hombrecito económico” impuso su reinado universal violando incluso los derechos humanos que había proclamado antes de la tal Revolución.
Marechal reconoce que Creso no hubiera triunfado sin una mentalidad generalizada previa, sin una visión del mundo que se venía difundiendo desde mucho antes.
“¿Qué ingredientes conforman la mentalidad de Creso?”, se pregunta… Y allí debemos darnos un respiro para ver cómo nos sumergimos en el alma humana, incluyendo la propia, individual, quizás para descubrir que todos somos un poco Creso.
Columnista invitado
Carlos Benedetto
Museólogo, jubilado docente y presidente de la Federación Argentina de Espeleología. Escritor y periodista. Miembro de la Comisión de Ambiente del Instituto Patria. Director del quincenario Sin Pelos en la Lengua, Malargüe.