Quizás la actual militancia deba reflexionar sobre qué significaba ser peronista, pero con ayuda de quienes lo eran antes de serlo. Si se lee bien, no es un juego de palabras. Para conocer al peronismo y al menos entenderlo, hay que haberlo visto en la cuna, o antes de que naciera. Podríamos remontarnos a las montoneras federales o a la rebelión de Tupac Amaru, o la resistencia a las invasiones inglesas, a las internas de la Revolución de 1810, etcétera.
Nuestro homenajeado es algo así como la oportunidad de zambullirnos en ese pasado que sigue siendo presente, activo, que nos da sentido. Si no lo hacemos, nos comemos la curva de pensar, como piensan muchos, que Perón, Néstor o Kristina llegaron de otra galaxia a pudrirlo todo, de puras ganas.
En nuestra primera entrega dijimos que nuestro eje iba a ser la entrevista que Héctor Rosendo Chaves hizo para el Archivo Oral de la Memoria Abierta en 2008, donde habla justamente de eso, de sus comienzos en la militancia. Luego vemos que nos va a ser imposible no intercalar comentarios de la propia cosecha. En parte también porque el lenguaje coloquial no puede ser llevado literalmente al escrito, lo que nos permite algunas subjetividades, teñidas éstas de afecto y admiración.
“La vida en la Marina me cambió todos los horizontes… antes de estar en Buenos Aires había estado en Punta del Este y Montevideo, donde tuve el honor de hacerle guardia al célebre socialista Alfredo Palacios, que en aquel tiempo era un orgulloso representante de la Marina de Guerra y del Ejército Argentino en la otra Banda. De modo que las clases prácticas de Historia y de Política las recibí siendo soldado”. Así dice casi de manera burlona en la largada.
En el mismo tiempo en que Chaves hacía la colimba y aprendía política de quienes luego serían sus enemigos, Horacio Sueldo era “comando civil” a favor de la dictadura del ’55 en su Córdoba natal; luego también ambos se conocerían; pero ya llegaremos a eso.
La visión de Chaves parece ser más comprensiva que crítica de las confusiones que él mismo tuvo en su juventud, que todos tuvimos y seguimos teniendo; con lo cual también echa un manto de piedad sobre el gorilismo y sus personeros. Más allá del bien y del mal, él “estuvo allí” y no guarda rencores. Por lo tanto, no ignora quién fue Alfredo Palacios, hombre contradictorio si los hubo. Nos basta con un resumen tomado de Wikipedia: “Durante el régimen militar del dictador Eduardo Lonardi (Palacios) es designado embajador en Uruguay. Cuando se producen los fusilamientos del ’56, Palacios reclamó por el cese de las ejecuciones de civiles y militares y se opuso a la pena de muerte. El partido se rompe por las distintas posiciones sobre qué tipo de apoyo dar a la Revolución «Libertadora». Durante esta etapa Alicia Moreau es desplazada de la dirección de La Vanguardia por Américo Ghioldi, y Palacios decide no poner la bandera a media asta ni dejar de trabajar por la muerte del dictador de Nicaragua Anastasio Somoza”. La ironía de Chaves no es la del odio, sino la de un sano paternalismo. Que es lo que diferencia a los ancianos venerables de los viejos-para-nada.
Cuando la periodista le pregunta sobre sus orígenes familiares, responde de manera que podemos imaginarnos, visualizar casi, como viendo una película… una infancia en la que él convivía con la pobreza sin ser pobre, o al menos sin ser indigente. “Soy un campesino, un criollo del norte de la provincia de San Luis, con una preponderante presencia de maestros en mi familia, “de todos los lados”; yo también soy maestro, me recibí de abogado siendo director de una escuela de adultos; en mi familia la mayoría son docentes, ese corazoncito docente lo conservo hasta ahora. Hice la primaria en una escuela rural fundada por mi abuelo. Terminé la primaria en Quines y me recibí de maestro en Villa Mercedes; estuve en lo que los cordobeses llaman Traslasierra, donde empecé a trabajar como maestro, hasta que me tocó el servicio militar”.
Pero la entrevistadora no se queda conforme y entonces quiere saber qué importancia tuvo la religión en su formación, sabedora de que ella forma parte indisoluble de la cultura popular. Héctor dice enfáticamente y lo repite: “Muy fuerte. Muy fuerte. Pero si tomamos como referencia a un Sarmiento o a un Borges, que como escritor era genial pero como persona era un maldito que ha pintado a un criollo patriarca que al describir a Facundo lo enaltece, pero al calificarlo lo plancha; ese es el cristianismo comunitario de las zonas rurales de San Luis, que se mantenía al menos hasta el tiempo de mis abuelos”.
No queda muy clara la respuesta, a menos que uno sepa que Sarmiento se convirtió al catolicismo por conveniencia para poder acceder a la Presidencia de la Nación (“París bien vale una misa” pero en versión criolla) y que Facundo levantaba la bandera de “Religión o Muerte” en sus luchas contra los unitarios.
Pero entonces el mismo entrevistado cuenta una anécdota que nos retrotrae a nuestra propia infancia en los ’50-’60: “cuando estaba en la secundaria yo era no-creyente; usé luto cuando murió Evita, tenía clases de religión, pero en el primer año de la secundaria yo no había comulgado; era el único en la clase y todos me miraban como a un bicho extraño; por lo tanto comulgué, por el horror que tenemos a la diferencia, a ser diferentes; allí empezó mi actitud crítica frente al dogma y frente al fetichismo de la religión oficial; pero contrariamente a ese fetichismo, a esa religión oficial, existe un cristianismo auténtico, que podríamos decir era el cristianismo de los apóstoles, de los pobres de espíritu. Así que me metí a investigar los temas religiosos; para colmo tenía tíos socialistas… socialistas en Buenos Aires pero radicales de Yrigoyen en San Luis. Entonces mi vida de adolescente ha sido muy rica por la confluencia de todas esas cosas”. Sabemos que aún hoy Chaves no adhiere a las luchas por cierto laicismo en organismos de derechos humanos, quizás por respeto a su propia historia y de quienes lo rodeaban. Una cosa es adherir a un dogma y otra es la religiosidad, la búsqueda de re-ligarnos a algo que nos da sentido, y eso no puede estudiarse en ningún libro.
Lo que no nos queda claro es si la palabra “fetichismo” la usa Chaves como quien analiza su pasado desde el presente, o ya entonces se estaba adelantando al Concilio Vaticano II y su transformación histórica de la Iglesia. El mismo Chaves cuenta historias sencillas, que no requieren de tratados teológicos ni análisis antropológicos sino sólo escuchar: “recuerdo que a veces venía un niño a pedir a mi mamá una taza de yerba o de azúcar, o una cebolla, o una papa y nunca recuerdo que fueran grandes cantidades y no recuerdo que le hayan devuelto nada; pero a la hora del trabajo colectivo estaban todos allí; yo he vivido la minga sin saber que se llamaba minga; yo he vivido el trabajo solidario; podría decir que mi filiación de peronista de izquierda no es fruto de ninguna investigación académica, sino fruto de mi experiencia personal. Y la conciencia de la desigualdad social que he tenido siempre proviene de esa demostración real y práctica; yo enseñaba a leer a mis amigos de mi misma edad; hacía los mandados, pero iba a caballo, y mis compañeros de escuela iban detrás del burro cargado con leña; tenían ojotas de goma, yo iba calzado, y volvían montados en el burro, pero el viaje de ida a la escuela era a pie; yo tenía conciencia clara de mi situación de privilegiado; tenía conciencia de eso, lo que decía don Atahualpa, muy arriba no estaba. Yo era un privilegiado y los demás eran indigentes”.
Con Don Ata y su “Copla del Payador Perseguido”, Héctor pareciera decir: “Yo vengo de muy abajo y muy arriba no estoy; al pobre mi canto doy y así lo paso contento, porque estoy en mi elemento y ahí valgo por lo que soy”. Se define “privilegiado” por ser pobre, frente a los demás, que eran indigentes… Por eso, en el arranque, no dice “era” sino “soy” un campesino. Y se nota,
Respecto de sus inicios en la política, allí encontramos la Historia no racionalizada, la historia que aún no es historiografía: “Cuando ganó las elecciones Ricardo Zabala Ortiz (1900-1961, primer gobernador peronista de San Luis, N. del A.), radical yrigoyenista luego peronista, mi abuelo materno era el caudillo del pueblo. En los mitines mi padre hacía los asados y yo lo acompañaba, era una diversión. Yo tenía diez años u once. El hermano de mi madre era peronista y joven. Yo escuché cantar y tocar la guitarra a Don Ricardo Zabala. El hermano menor de mi madre era dirigente radical. Estaban los lomos negros (acá serían gansos), a los que pertenecía la familia de mi padre, y los radicales, de donde provenía mi madre. Pero no recuerdo discusiones políticas, porque eran vinculaciones de favores, de clanes, de actitudes. Yo desemboqué en la política abruptamente en la Marina”.
La política de entonces no estaba ideologizada; era como en la Edad Media si se quiere, o como en la Argentina pre-constitucional. No importaba la ideología del líder, del “señor”, sino sólo la lealtad personal y además recíproca. De alguna manera eso sigue siendo así en nuestro país a excepción de lo de “recíproco”, pero es bueno ver que en sus orígenes esa cultura comunitaria tuvo un potencial revolucionario, que hoy ha perdido pero del que quedan relictos, fósiles vivientes diría un exagerado, o al menos permanece en latencia desde hace mucho tiempo, lo suficiente como para que sea imperdonable que las nuevas generaciones no se hayan enterado aún de que hay otra forma de hacer política. La hubo y la hay.
Héctor pasa de una infancia “privilegiada”, palabra que -insisto- indica que su percepción era empática de nacimiento hacia los demás, a la religión, de allí a la política de pueblo chico, y finalmente remarca mucho la importancia del servicio militar como momento de salida de esa burbuja y conocimiento del mundo exterior.
“Yo me recibí de maestro y fui a trabajar a un internado en Traslasierra. ¡Estuve tan metido en eso!. Llegué con “El Profeta de La Pampa” de Ricardo rojas bajo el brazo; una biografía de Sarmiento. Yo era fanático sarmientista, porque era maestro. Me pasó como a mucha gente que leyó a Borges y era fanática, y luego lo conocieron como persona y cambiaron de idea, Con Sarmiento pasa lo mismo. Pero es la historia personal de cada uno. Para muchos Borges es un canalla como hombre y un gran escritor, igual que Sarmiento. A mí me pasó eso. Yo me recibí de maestro pero no tenía conocimientos de la Historia que no fueran la historia oficial, es decir la historia de Mitre. Lo demás lo investigué después por mi cuenta. Soy un intelectual silvestre” (sonríe).
“En la Marina había un intenso adoctrinamiento a cargo de suboficiales con un estilo que hoy diríamos “estilo De Ángelis”: discurso de 600 palabras, nada que surgiera de la realidad concreta sino de una concepción o una creencia. Yo me hice peronista en la Marina. Hasta ese momento nunca se me había ocurrido leer “La Conducción Política” ni otras obras de Perón. Había leído “La Razón de mi Vida” porque era obligatorio, pero en realidad nunca le había dado ni cinco de bola. Para mí era intrascendente. Cuando fui a la Marina eso fue una suerte de postgrado. La Marina me abrió la visión de lo que era la Argentina. Jugábamos al fútbol, armábamos equipos y competíamos hasta en Bahía Blanca. A un soldado amigo lo llamábamos “ona” porque era de Tierra del Fuego, pero había jujeños, correntinos, cordobeses, entrerrianos, rosarinos; no había porteños. En el barco había soldados de todas las regiones y de todas las condiciones sociales. Bajábamos en los puertos de Mar del Plata, Puerto Madryn, Ushuaia, fuimos a Chile. Allí tuve una visión de la Argentina real, no sólo de los paisajes, sino lo más importante para mí, que son “los seres humanos” de todas las condiciones sociales, pero sin contar con la oficialidad de esa fuerza armada, cosa que explicará más adelante. La intelectualidad silvestre no puede comerse toda junta, sino de a bocados. Por eso la seguimos en la próxima.
Columnista invitado
Carlos Benedetto
Museólogo, docente jubilado y presidente de la Federación Argentina de Espeleología. Escritor y periodista. Miembro de la Comisión de Ambiente del Instituto Patria. Director del quincenario Sin Pelos en la Lengua. Agrupación Luis Barahona, Biblioteca de la Memoria Jaime De Nevares, Malargüe.