Muy relacionado con la cuestión de las sociedades secretas que rigen la política, tema que empezamos a abordar en la parte 3 está la cuestión de la heráldica. Nos centramos en los razonamientos de Marechal sobre cómo Creso, el dios Dinero, el Capitalismo, o como quiera llamarse, fue creciendo de a poco y desplazando del primer plano al representante de Lo Divino (Tiresias) y de Lo Guerrero (Ayax), y cómo eso puede leerse en la historia nacional, la escrita y la no escrita.
La heráldica es disciplina auxiliar de la historia que en Occidente nació en la Edad Media, con mucha influencia oriental. Dijimos ya que geográficamente Europa es un apéndice de Eurasia, un cul de sac demográfico, pero también lo es en lo religioso y cultural, aunque lo neguemos.
La forma típica de un escudo es la del cuadrado con la base redondeada y rematando en una punta hacia abajo: es el escudo de los reinos, de los caballeros. En general, los escudos de las damas y los municipios de aquellos tiempos tenían forma redondeada. Un escudo redondo, como el de la estatua en el centro de la Plaza de Mayo, que antes estaba ubicado frente a la Catedral, y que representa a una mujer con una lanza y el escudo nacional ovalado. Una especie de conjunción de opuestos.
Primer punto de reflexión: ¿por qué entonces nuestro Escudo Nacional es, en su origen, ovalado?. Es que no responde a los cánones europeos, patriarcales, sino a los americanos.
Ya vimos en la parte 3 que nuestro Escudo Nacional tiene al tope un medio sol, que en la Primera Moneda Patria aparece entero pero sólo en el reverso. 32 rayos, uno recto, uno flamígero, alternadamente. Yin y Yang, lo masculino y lo femenino constituyendo un mandala unificador de opuestos.
Propongo detenernos en nuestra historia (argentina y latinoamericana) para entender mejor qué quiso decir Marechal en su Autopsia de Creso. Heráldica y numismática vuelven en nuestra ayuda.
Partimos de la mal llamada América precolombina, donde hubo muchos elementos naturales que se usaron como moneda (especialmente los granos de cacao en el antiguo México, pero también los granos de maíz), aunque sólo en Ecuador se verifica la fabricación de monedas metálicas de cobre, no redondas, sino con forma de hacha y de distintos tamaños, como las que se exhiben en fotos, donadas hace casi cuarenta años por el ex director del Museo Arqueológico del Banco Central del Ecuador Arq. Hernán Crespo Toral.
En las excavaciones arqueológicas aparecen estas monedas atadas en haces de a veinte, lo que indica que esos pueblos (quinientos años de la llegada de los europeos) conocían la numeración vigesimal, la misma que usaban los mayas. Los nobles que manejaban esas monedas eran enterrados con ellas al morir, y no hay registros de que poseer moneda fuese un objetivo en sí mismo. Apenas eran, las monedas, un instrumento para facilitar las compras y evitar el trueque, como también había tenido su origen en Eurasia.
En América se conocía la rueda, que era usada en la fabricación de juguetes; la escritura era para llevar registro de las actividades agrícolas, lo mismo que la astronomía. El oro no era símbolo de riqueza, sino de espiritualidad, como los antiguos alquimistas árabes y europeos medievales. Los aztecas usaban el chocolate como bebida ritual, como nosotros usamos el vino.
Cuando los europeos llegaron a América, con los conquistadores desembarcó también Creso, que le dio un sentido distinto a todas las cosas. América antigua seguramente nunca habría “evolucionado” hacia el monetarismo imperante hoy en el mundo, de no haber ocurrido la Conquista. Pura hipótesis, pero que se sostiene en el hecho de que, a diferencia del resto del Tercer Mundo, estuvo aislada de Europa durante milenios, sin contactos casi.
El dinero, el oro, como la máxima aberración y alienación, se elevaron a la condición de dioses. Ya había habido varias intentonas de entronizar al oro, al menos en la mitología, cuando antes de que se hiciera la primera moneda el pueblo judío adoraba al becerro de oro, originando así la ira de Moisés y de Jehová.
En un artículo que publicamos hace más de 35 años en la revista Bancarios del Provincia (del Banco de la Provincia de Buenos Aires) hacemos referencia a las hachas-moneda ecuatorianas “precolombinas”.
Hay otro publicado en Todo es Historia en 1984, donde hacemos razonamientos sobre cómo se distorsionó el Escudo Nacional Argentino en las amonedaciones, aunque en aquel tiempo no relacionábamos eso con la batalla espiritual de la siempre habló Marechal.
Nuestro escudo es el de Belgrano y la Asamblea del año XIII, pero habría que esperar al año 1944 para que ese escudo volviese a ser lo que fue al principio. En el medio, el escudo fue representando a la Nación y a la anti-Nación, alternadamente, como ya veremos.
La fecha “1944” no es casualidad: fue el tiempo en que un tal Juan Domingo Perón se preparaba para dar un giro a la historia nacional, usurpada también por los seguidores de Creso (unitarios, mitristas, roquistas, liberales, sarmientistas, alvearistas, militares, curas).
La memoria de nuestros símbolos patrios y su modificación es también la historia de cómo Creso fue, lenta pero insistentemente, haciéndose de todo el poder, incluso de las mentes de las personas.
Sabido es que San Martín creó en Buenos Aires, en 1812, la llamada Logia Lautaro, que en realidad fue producto de la evolución de otras logias independentistas. Pero allí estaban él, Belgrano, el hermano de Mariano Moreno. Cuando en 1820 San Martín se negó a reprimir a argentinos sublevados contra el Directorio Porteño, allí aparentemente se disolvió.
San Martín marchó a Guayaquil debilitado y se encontró con un Bolívar fuerte, heredero también de la logia creada por el venezolano miranda en Cádiz, España. Se reunieron en 1822 y cuenta la leyenda que no se pusieron de acuerdo por la ambición de Bolívar. Otros dicen que San Martín simplemente tenía un grado menor en “La Logia” y se retiró obediente, sin perder su admiración por Bolívar.
Al año siguiente el presidente yanqui James Monroe dictaba su célebre doctrina, que algunos entendieron como que EEUU se erguía como hermano mayor protector de la América al Sur del río Bravo frente a las ambiciones europeas, pero en realidad era el comienzo formal de la dominación norteamericana en nuestros países. La participación yanqui en la toma de Malvinas en 1833 (un “incidente pesquero” del navío yanqui Lexington) prueba la verdadera esencia de la tal doctrina.
En 1822 el Banco de Buenos Ayres (hoy Banco de la Provincia de Buenos Aires) emite sus primeros billetes en papel, firmados a mano e impresos en Inglaterra de un solo lado del papel. Sería el comienzo del uso de este tipo de amonedaciones. En 1815 habíamos perdido para siempre nuestro centro económico en el Alto Perú y su cerro Potosí, y ese centro se traspasaría a Buenos Aires, pero sin oro ni plata, sino con crédito externo y papelitos de colores. Eso fue la “era rivadaviana”.
En 1826 Bolívar convoca al Congreso anfictiónico de Panamá, del cual no participaron Brasil, Argentina, Chile ni Estados Unidos. Fracasó y a los cuatro años Bolívar murió diciendo “he arado en el mar”. ¿Bolívar fue usado para sacarse de encima a San Martín y luego se lo sacaron a él mismo de encima?
En 1826 también había estallado la guerra entre la Argentina y Brasil y eso fue una buena excusa para que Rivadavia se entronizara como “primer presidente argentino”.
Ese mismo año el “Banco” emitía nuevamente monedas de cobre y papel moneda, pero esta vez billetes con rostros humanos, próceres. El billete de un peso no tenía la cara de Moreno o Belgrano, sino… ¡de George Washington!. La foto lo muestra claramente. En el mismo billete, aparece un personaje que los numismáticos no se ponen de acuerdo en si era el emperador de Brasil Pedro I, o Simón Bolívar. Difícil que fuera el segundo, a quien Rivadavia odiaba tanto como a Belgrano y San Martín. Y difícil que Washington estuviera allí porque el primer presidente norteamericano era admirado por Belgrano (lo cual es cierto), porque en los otros billetes de otras denominaciones estaban Thomas Jefferson, Benjamin Franklyn, etc.
Rivadavia ya había endeudado al país en un acuerdo con la Baring Brothers y ese acuerdo con Creso debía reflejarse en los símbolos de circulación pública, aunque sólo en Buenos Aires (Córdoba, Mendoza, La Rioja, intentaron varias amonedaciones en plata y en oro y plata la tercera).
Billetes argentinos exhibiendo a próceres yanquis era una forma de “crear mentalidad”. En esos billetes nuestro escudo no aparece, directamente no aparece.
Luego, en tiempos de Rosas los billetes siguieron haciéndose en el exterior, pero muchos en papel rojo, con leyendas federales y un escudo que no es el nuestro: no es ovalado y en el tope no hay un sol incaico, andrógino, sino un sol distinto, machista. Ese no es nuestro Escudo. Hay leyendas vivando a la Federación, pero el artista inglés dibujó un escudo según la heráldica europea. Para colmo, se representa la fauna autóctona en un avestruz africana (distinta de nuestro ñandú), en una foto de mala calidad pero donde se distingue al animal.
Peor sería cuando Rosas ya no estaba y Mitre gobernaba el Estado de Buenos Ayres escindido de la Confederación Argentina. Los billetes de Mitre ya no decían “Viva la Federación”, pero sí mantenían el diseño inglés del Escudo, más fauna “autóctona” (canguros, ganado ovino, a pesar de que nuestro país había sido siempre productor de cueros y carne bovina). Era claro que, vía Mitre, Inglaterra ya sentía que éramos su colonia, cosa que se haría explícita en el siglo XX, cuando lo del pacto Roca-Runciman, que el diario por él fundado alabaría abundantemente.
Mitre… otro que consiguió, vía masonería, eliminar a Urquiza del campo de batalla cuando iba perdiendo en 1862 ¡y unificar al país bajo su bota y su pluma!. Y luego llevar a cabo la peor masacre del siglo XIX, que fue la Guerra de la Triple Alianza, un encargo de Su Majestad que ejecutó en complicidad con Brasil.
En sus ratos libres en esa guerra (que fueron muchos) Mitre tradujo la Divina Commedia de Dante Alighieri, obra que venía leyendo desde hacia cuarenta años, por lo que no puede decirse que ignorara los códigos del esoterismo universal. Y aquí viene a cuento de la historia del hombrecito Creso:
Esa obra del siglo XIV es considerada un ejemplo de transición del teocentrismo al antropocentrismo, padre del liberalismo económico. Era coherente que la “Santa Federación” había sido derrotada y le tocó a Mitre servir de puente entre esa “santidad” a la desacralización del mundo, de la vida en general. El paso del país feudal del interior que gritaba “Religión o Muerte” (Facundo Quiroga) al país del antipatriotismo, del individualismo.
La Commedia tiene tres cantos, a similitud de la Santísima Trinidad, o el triángulo, símbolo sagrado de todas las religiones… Como así también de los dólares de papel. Un símbolo masón por excelencia. Cada estrofa tiene tres versos. Beatrice es el Anima que guía a Dante al final de la búsqueda.
Al decir de Karl Jung, Dante buscaba a su ánima, a su costado femenino; lo buscaba dentro de sí, para alcanzar el paraíso, que no estaba en la otra vida, sino en ésta. Pero, ¿qué buscaba Bartolomé Mitre, ícono por excelencia del patriarcado criollo? ¿Fundirse con su ánima o destruirla?. El canguro australiano aparece en nuestra moneda en el billete del Estado que ya controlaba Mitre, que soñó quizás (como sus herederos del diario La Nación) con una colonia próspera como Australia, y no un país soberano. Una colonia próspera como EEUU, donde los originarios debían ser reemplazados por la raza superior europea. Y vaya que lo intentaron, en Paraguay y en la Conquista del “Desierto”.
En el siglo XIX Creso se adueñó del mundo, y obviamente también de la Argentina. Los indios fueron exterminados a manos de Martín Fierro, que volvería a la “civilización” como gaucho domesticado, como un “segundo” que no sería más que una “sombra” del original, con la debida licencia de la memoria de Ricardo Güiraldes.
Marechal dice que Ayax, el Guerrero (¿Mitre, Roca?), es un individualista, que es el modelo de sujeto que mejor encajaría luego en el paso siguiente. Al extenderse el individualismo, al derramar, se hace posible el cambio: “toda casta social que reina fuera del orden jerárquico tiende a universalizar sus características, y lo consigue sobre todo en lo que tiene de negativo”. Asumiendo y aprovechando eso, Creso desplaza a Ayax.
Alguna vez el mismo Marechal lo resumiría en una frase clave: “alguna vez tuvimos guerreros, hoy sólo nos quedan fuerzas armadas”. Hubo un punto de quiebre en que los militares ya no pelearon por ideales, sino por dinero, o por encargo. No es casualidad que sea frente a la sede misma de la Sociedad Rural Argentina que se encuentra la Plaza Italia y una estatua al masón liberal y unitario Giuseppe Garibaldi, un mercenario que luego unificaría a Italia sometiendo al sur. Trabajo parecido había hecho en Argentina y países vecinos, pero apostando a la fragmentación política regional. En 1904 los genocidas Bartolomé Mitre y Julio A. Roca estuvieron presentes en el acta de fundación de esa estatua en homenaje al mercenario italiano.
Creso, entonces, es el que se decide a tomar las riendas que llevaba Ayax luego de haber destituido a Tiresias, de haberse sacado la moral de encima. Creso le da así un nuevo sentido a todo: los guerreros ya no son tales, sino mercenarios a sueldo del capital; y la religión, la moral, es algo vacío, como en Mendoza y muchas otras provincias del país: “lo religioso, en adelante, será para él una mera costumbre social, si ya no cree; y si cree aún, tendrá la oscura vigencia de una superstición”, dice Marechal.
Luego entonces hay una disociación entre lo espiritual y lo material, ser cristiano no crea obligaciones morales con el prójimo, la insensibilidad se adueña de las vidas y la política se maneja con sus propias leyes, y con dinero.
El siguiente paso de Creso será el de tirar por la borda su tarea de asegurar la justicia distributiva. “Creso no sólo ha recibido las taras ajenas, sino que también ha contagiado las suyas propias al organismo social, en una preparación de larga data que no es difícil de rastrear en la historia y que facilitó su acceso al poder. Es útil recordar, verbigracia, que el renacimiento inicia ya la era de los banqueros internacionales”. Para la banca internacional, ya sabemos, la “patria” no existe.
Para terminar, por hoy, veamos cómo relata Marechal esta asunción de Creso al Olimpo y tengamos en mente la evolución (no será IN-volución) de nuestros símbolos patrios a que aludimos desde el número anterior: “es en el orden intelectual donde, aunque parezca risible, Creso influya con bastante antelación en lo porvenir histórico, al imponer su racionalidad inferior a las especulaciones filosóficas”.
En América antigua las monedas no eran redondas, no eran mandalas, no eran sagradas, no eran el símbolo de la unificación de opuestos. Para los europeístas, eso era “barbarie”, la de Gutiérrez, el personaje de Creso en el cual aún no pudimos detenernos a razonar. La barbarie de Facundo, del Chacho Peñaloza, de Felipe Varela, del primer Martín Fierro, de los indios masacrados previo a la repartija de tierras en la llanura pampeana y la Patagonia.
Esa barbarie, que sedujo a Kusch y a Marechal (y en Europa a Hesse y otros), y a Scalabrini Ortiz, nunca murió. Cada tanto brota del subsuelo de la Patria.
Columnista invitado
Carlos Benedetto
Museólogo, jubilado docente y presidente de la Federación Argentina de Espeleología. Escritor y periodista. Miembro de la Comisión de Ambiente del Instituto Patria. Director del quincenario Sin Pelos en la Lengua, Malargüe.