(viene de la edición anterior)
Lo acompaño al July a la ruta a hacer dedo para que vaya a laburar. Llevo el termo que pierde agua por el pico y el mate que es un vasito de Raitrai.
-Negrita, te pusiste a pensar que dos artesanos como nosotros tenemos que tomar mate en este horrible plástico.
-Ya podremos comprar uno como la gente. El tema es que no duran. A la larga se rompen y terminan como lapiceros, guarda pinceles, macetas, etc.
Es que primero tenemos que cubrir las necesidades del cuerpo, el morfi, el baño, luego será la belleza, las pilchas. Si andamos hechos unos crotos. La facha de las nenas es lastimosa. Raitrai ni siquiera tiene colchón y sábanas, sino trapitos.
Pero tenemos vida, libertad. El monte estalla en los colores del amanecer. Todo es horizonte, luz y aire.
-¿Sabés que es la locura?- le pregunto mientras le alcanzo el vasito.
-Vivir aquí. De eso estoy seguro. Esto es una locura.
-La locura es pensar diferente. Al que no comparte mi opinión yo le doy el rótulo de loco. El filósofo y terapeuta David Cooper en su “Psiquiatría y antipsiquiatría”(1967) demostró que vos a alguien le decís que está loco, se lo afirmás y su familia lo avala, el médico escucha y dice que es un delirio. A la larga el tipo se cree loco. Loco es el que opina distinto, tiene otro código.
-¿Quién está loco? Vos que pensás que esto es un paraíso o yo que creo que fue una locura salir de mi Buenos Aires querido.-Levanta el mate al cielo – Loco, te juro que si me das otra oportunidad, nunca más dejo mi calle Corrientes, el asfalto, el café y la pizzería.
-¿Ves que es un problema de códigos? Buenos Aires es una locura cotidiana y alienación toda ella, smog y patotas. Pero no quiero polemizar sobre Buenos Aires. Vos la amás y punto. Respeto tu sentir aunque no lo comparta. El drama del loco es que le falta confianza en sí mismo. Y esa inseguridad le fue bloqueando todos los canales de comunicación. Me dí cuenta cuando estudiaba pintura con Pablo. Que veía sin ver. Empecé a ver, a prestar atención cuando tenía que pintar del natural. Y poco a poco se fue abriendo la vista.
-Vos lo hacés muy técnico. El arte es otra cosa. Yo, cuando pinto no sé qué quiero pintar. Me sale sólo y después ahí está. Me siento libre, feliz.
-Ése es el secreto. A mí me pasa escribiendo. Va saliendo todo afuera y después quedo limpita por dentro.
-¿Podremos tener un baño como la gente pronto para quedar limpitos por fuera también? Me siento terriblemente oloroso.
-Pero no solamente eso. Ir abriendo por el arte todos los anillos de la coraza muscular de Wilhelm Reich. Que murió después que lo encerraron por loco, en EEUU en pleno maccarthismo y la caza de brujas, por considerarlo “comunista”. Y a su mensaje lo transformaron en algo tibión, en expresión corporal y todo eso. Imaginate que el anillo ocular lo sanés con la pintura. Que el anillo oral lo aflojés, junto con el de la garganta, con el canto. Que podemos cantar muy fuerte, como la baguala que se escucha de montaña a montaña, con toda la fuerza que viene de adentro del diafragma. Que toda la energía brote de adentro como en la biodanza, con ese movimiento ondulante de los brasileros que cuando danzan hacen mover cada pedacito de su cuerpo en una sola unidad. Yo ví unas fotos de la biodanza en Brasil donde con la caricia en el rostro salió adelante una mujer autista y sonrió despertando.
-Negrita, si no fuera porque me tengo que ir a laburar, te invitaría a llevar a Wilhelm Reich a sus últimas consecuencias. A ver, contá que pasa con la función del orgasmo.
Nos besamos muy despacito y de casa ya vienen las nenas que se despertaron y salen a hacernos compañía.
-Yo vengo a despedirte para ir a tu trabajo- dice la Guby, dándole un beso, mimosa.
-Yo vine a buscar piedritas- haciéndose la indiferente Raitrai escapa a los mimos del July que la adora.
-Vengan, nenas, que ahí viene la camioneta- las tres nos alejamos de la ruta despidiéndolo.
-¿Qué hacés, Negrita, levantada a esta hora? Vení aquí juntito a escribir nuestra novela compartida.
Saco y pongo papeles. Manuscritos que van y otros que no. Con la sensación de que va a quedar incompleta, inconclusa, que son todos pedazos sueltos, sin relación entre sí.
-No hay nada extraño. Si así es tu vida. ¿Qué te llama la atención?
-El tema de la locura es la soledad, el aislamiento, la angustia de sentirse diferente. Qué loco, que sólo debe haberse sentido Ibsen cuando escribió: “El hombre más fuerte del mundo es el que está sólo”. Esa terrible fuerza del loco. Nunca llegás a la comunicación plena con el otro, con los otros.
Siempre sos un bicho raro.
-Vos porque te hacés demasiados mambos con lo que dice o piensa el otro. Al otro dejalo ser.
-¿Ves July que ni siquiera con vos es la comunicación total? Mis únicos diálogos plenos son los que entablo con los que ya no están. Supongo que Darío Rossi, mi estrellita, me entendería. O Dany Cortina, que se murió.
-A los muertos hay que enterrarlos. Yo te llamo a la vida, al amor, al presente y vos seguís enganchada con lo que ya pasó.
-Ahora lo recuerdo a Carlitos, mi brujito que me dio tanto amor, que me sacó de la locura. “Una cosa es ser loco y otra tonto”, me decía. “Hay que ser un loco suelto y no uno metido en el loquero”. Entonces me grabó de Atahualpa Yupanqui:
Si tú no amas, no sufres,
no gozas con tu pueblo,
tu canto será un grito sordo
que nadie entenderá.
-Evidentemente hoy no estás para el amor. Bueno, te dejo con tus páginas. Hasta luego.
Se tapa todo, la cabeza envuelta con las sábanas y despacito me quedo a escribir.
Tengo que descansar un rato porque a las 8 horas tengo que estar en la escuela para la inscripción. Pero tengo que terminar este libro antes del comienzo de clases.
-Usted tiene libertad para aceptar el horario que le pone la escuela o rechazar las horas de cátedra-me dijo el señor Alfageme en la secundaria.
Era cuando estaba el auto roto. La única solución era tomar el colectivo que lleva los obreros a la chacra, ir a dedo, caminando o en bicicleta sin haber desayunado nada. No da el cuero. Un día llegué caminando hasta la mitad del camino y me senté a llorar. Ni llegaba a la escuela a horario, ni podía regresar a casa. Después, a las dos horas, una camioneta me trajo de regreso. En invierno cambia el horario del colectivo; en vez de llegar al pueblo a las ocho horas, llega las 8 y 30. Todos los días de clase (jueves y viernes) llegaba tarde.
-Por favor, solicito que me cambien el horario. Me es imposible llegar a las 8 horas. Mi auto está roto, el colectivo viene ahora más tarde- explicaba en la escuela.
-Usted puede rechazar sus horas- seguía diciéndome.
¿Será que me faltó decirle que mi sueldo era entonces el único ingreso en casa? ¿Qué Julio estaba sin trabajo? ¿Que rechazar esas horas era la libertad de elegir entre hambre a medias y hambre total? Creo que aquí no se comprende el hambre. Esta terrible hambre de enero y febrero. Me veo las muñecas flacas. Una vez me dijeron que son lo primero que adelgaza. Yo tengo mis brazos y manos flacas, muy flacas, y en las muñecas un huequito profundo donde se mueve la mano.
-Tenés anemia- me dijo Julio mirándome a los ojos.
-Mañana me fijo.
Raitrai está linda, gordita. Es que ella sí toma la leche de soja que nos regaló doña Celia. Guada no, porque no le gusta. Y hace mes y medio que no puedo conseguir la lata de miel de la escuela. La leche de soja amarga es horrible. Por suerte Raitrai se acostumbró, cuando hay miel preparamos una especie de crema con unas cucharadas de harina y un huevo. Guadalupe está altísima y super flaca. Dio el estirón y me preocupan sus rodillas que resaltan en las piernas delgadísimas y un poco torcidas.
Estoy en la escuela. Hoy hay curso, el horario era a las ocho y treinta horas. Cuando llegué me avisaron que se había cambiado a las nueve y treinta. La única que no sabía era yo. Salí en ayunas. Comí sólo dos ciruelas. Ni alcancé a tomar mate porque me quedé dormida. Recorrí los alrededores y está todo cerrado, el almacén, a la panadería todavía no le trajeron el pan, el kiosko con la luz de la noche y la persiana cerrada. Hoy sí podría comprar algo pero no es posible.
Julio me había comentado anoche:
-No se entiende qué relación hay en tu novela. Que si comimos, que si no, eso es cosa nuestra. Es responsabilidad nuestra hacernos cargo de nuestro mantenimiento. Ya somos bastante grandecitos. ¿Y cómo se relaciona esto con tu pasado?
-No sé si hay relación o no. Pero si en estos dos meses de hambre no me ponía a escribir, me enloquecía.
-Además, yo estuve trabajando tres veces por semana todo el día sin comer. Arreglamos el comedor diario y lo pintamos, ¿qué más querés?
-Que no haya hambre para nadie. Si fui presa política era porque no quería al pueblo con hambre.
-Vos hablás del pueblo con hambre como si estuvieras en La Paz, filosofando y los que tuvieran hambre fueran otros. Nosotros nos estamos cagando de hambre.
-¿Nosotros no somos el pueblo, acaso?
-July, ya tengo todo listo. Aquí acabó todo lo que tenía que decir.
-¿Qué es lo que tenías que decir?
-Lo mismo que cuando me enloquecí.
Resulta que en ese largo calabozo, donde recordaba a mi abuelo republicano, a mi otro abuelo socialista, a mamá profundamente pacifista que le había sacado a mi hermano Rodrigo el revólver de juguete.
-“Porque las armas no son para jugar”.
-“¿Y para qué son?” le había preguntado Rodrigo que era muy chico.
-Para matar gente en vez de usar el dinero que cuestan en dar trabajo, salud y escuelas para la gente”- Mamá era profundamente pacifista tal vez por su padre socialista. Discutí mucho con ella pero más con papá, peronista derechoso, cuando yo estaba absolutamente segura de que el único camino era la lucha armada.
Hasta el calabozón en Devoto después del Mundial cuando ya se habían ido los DDHH. Cuando pensaba en el esclavo de la rebelión de Espartaco que antes de morir musitaba: “¿Por qué hemos fracasado?” Yo meditaba sobre lo mismo. ¿Por qué fracasamos nosotros? Y se me hizo el click cuando medité en lo que decía Evita:
“La violencia de los de arriba
engendra la violencia de los de abajo”.
Pero cuando los de abajo se rebelaron con violencia, los de arriba usaron más y más violencia. No me conformaba con los treinta años de guerra de Vietnam. Casi tres generaciones de guerra. Y tomar el poder y seguir con la guerra para defender la revolución.
Cuando bajé del calabozo estaba flaca. Y me empezaron a agarrar calambres en las piernas.
-Es la falta de gimnasia -explicaba.
Pero eran unos calambres que no me dejaban caminar. Pedí médico y me dieron unas inyecciones de vitamina B, me dijeron. Vaya a saber de qué eran.
En esos días fue mi cumpleaños número 27, había caído un mes antes de cumplir 24. Hacía tres años que estaba presa. Entonces le llegó la condena a una compañera: 25 años decretó la Justicia Militar. ¿Cómo se podía quedar tan piola?
Una noche me di cuenta de que me había masculinizado, que con tanta fuerza en contra todas éramos ya unos soldados que resistíamos. Era el 24 de setiembre, el día de la Virgen de la Merced, patrona del Ejército argentino. Cuando vivía en Tucumán, era un día de fiesta, feriado, desfile hasta de las escuelas primarias. Era el día de la victoria de Tucumán, con el ejército de Belgrano. Y no quería ser un soldado.
Esa noche del 24 de setiembre sentí que me iba. Volvía esa oleada interna, incontenible. Me paré en la cucheta y me puse a gritar por la ventana. Trataron de hacerme callar, pero no.
“Compañeras-gritaba- no caigamos en el juego del enemigo. Ellos tienen todo el poder de la violencia, de la guerra. Paremos con la guerra. ¿Hasta cuándo vamos a pelear? Con la guerra popular para tomar el poder y con la guerra popular para defenderlo. Somos mujeres, compañeras. Mujeres hechas para amar, para tener hijos. Se nos va la juventud, compañeras, en la guerra. ¿Vamos a tener hijos para enviarlos a la guerra también? Nos tenemos que ingeniar para tomar el poder en paz. Que no se puede, me diréis, que ya vivimos la masacre en Chile. Pero tenemos que aprender. Estudiemos cómo. Pero de nosotras depende.
“SE PUEDE CUANDO SE CREE QUE SE PUEDE” “QUERER ES PODER”
“Si nosotras creemos que se puede, se podrá. Se tiene que dar la revolución en paz. Porque nuestro pueblo quiere paz y no guerra.
“Es el enemigo el que nos quiere hacer el juego, que entremos en la de ellos. Para matar y masacrar más. Como decía el Mahatma Ghandi: ‘Yo no puedo obligar a nadie a hacer lo que yo quiero, pero nadie puede obligarme a hacer lo que no quiero’. Tenemos la vida, compañeras. Luchemos por la vida. Por el amor.”
Y seguí y seguí. Cuando tomé conciencia del profundo silencio del penal, comprendí. El silencio del rechazo.
A la mañana siguiente nadie me dijo nada. Me quitaban las miradas. A la siesta se quedaron en la celda conmigo mis compañeras más queridas, la Gorda Cristina Rebello, Inés, la Hormiguita tucumana y Florencia, la mendocina. Cuando vinieron a cerrar la puerta, le fui a dar un mate a la celadora. Las compañeras se miraron. Hasta la misma celadora se sentía mal. Me di cuenta. Piensan que estoy perdidamente loca. Ahí sentí una pena que me apretó el pecho. Me apoyé en la cama. No sé si me desmayé o me dormí. No sé nada más.
Tuve un relámpago de conciencia cuando me encuentré en un lugar que pregunté dónde era. El hospital. Ahí también sentí las miradas. El cariño muy grande de una compañera de Olmos, la Tepli, le decíamos resumiendo su apellido Tepliski. Pero cuando comprendí que no había entendido lo que grité por la ventana, que pensaba que era pura locura, de vuelta la pena. Tanta pena que del pecho me subía a la garganta.
Me volví a ir. No sé qué pasó hasta que tomé conciencia diez días después. En el calabozo de la U20.
FIN
Columnista invitada
Lucía Isabel Briones Costa
“Mi pecado fue terrible: quise llenar de estrellas el corazón de los hombres” decía el poeta… Desde los lejanos años de estudiante del profesorado en Historia en la Universidad Nacional del Sur, dediqué mi vida a la educación. En los tiempos previos a la dictadura de 1976 enseñaba en una vieja aula de la Facultad de Agronomía el bachillerato de adultos, tarea compartida con los compañeros, casi todos presos políticos después en Bahía Blanca. Cuando era rector Remus Tetu se hizo una razzia contra docentes, no docentes y estudiantes, especialmente contra los alumnos de Humanidades, Sociología y Economía. Estaba terminando mi carrera, cursando las últimas materias cuando fui detenida y puesta a disposición del PEN, el Poder Ejecutivo de la Nación, durante tres años y tres meses, hasta diciembre de 1978. Estuve en las cárceles de Villa Floresta, Olmos, Devoto y los tres últimos meses en la U20, la cárcel dentro del Hospital Borda, donde un prolijo tratamiento con drogas psiquiátricas hizo borrar totalmente mi memoria. Así me dejaron en libertad, diciéndole a mi padre: “Su hija es irrecuperable, será un vegetal hasta el día de su muerte. Que Dios les de la Santa Resignación”. Gracias a haber encontrado la ayuda adecuada pude recuperar, poco a poco, la razón perdida. Y me fui a La Pampa, donde fui docente de escuelas primarias y secundarias en la pequeña localidad de 25 de Mayo y en el Terciario de Formación Docente de Catriel, Río Negro. Recién en 1997, pude terminar mi profesorado en la Universidad del Comahue, para cuando mis compañeras de promoción de la Universidad del Sur ya estaban por jubilarse. Luego comencé la maestría en Historia Latinoamericana de los siglos XIX y XX, la cual se interrumpió cuando la Universidad no podía pagar a los docentes, varios doctores en Historia. En ese tiempo de docente rural comencé a escribir narrativa, tarea que continué al jubilarme en el bello mar de Las Grutas, en Río Negro. Seguí escribiendo con la alegría de dar un legado en su educación a mis hijas: la mayor psicóloga y la menor, maestra y profesora de Historia, ambas egresadas también de la Universidad del Comahue.