(viene de la edición anterior)
CAMINO AL SOL
“Habíamos salido todas juntas. Caminábamos felices. Llevaba mi guitarra, bajo el brazo, los libros. Nos abrazábamos con mi compañero. Junto a nosotros, los niños. Estaban todos, nuestros padres, los amigos, los vecinos. Todos caminábamos cantando al sol en esa hermosa mañana. Por la carretera comenzaron a pasar los vehículos cada vez más rápido. Al mediodía quedaron atrás los más débiles. Nosotros teníamos que caminar más ligero. Como tuvimos que alzar a los niños para que no los atropellaran, primero dejé la guitarra, luego mis libros. El tráfico era ensordecedor. Las bocinas primero, las luces después nos encandilaban. Ya íbamos corriendo. Quedaron lejos los vecinos, los parientes, hasta casi todos los amigos. Éramos tan pocos. En una curva perdí de vista a mi compañero. Abracé muy fuerte a mi niña. Alcé con desesperación al bebé, y seguí corriendo, corriendo. Después también los perdí a ellos. Ahora paré. Sola, así, no puedo. Retorno, regreso. Voy a buscar a mis niños. Después a mi compañero. Llegarán luego los amigos, los parientes, los vecinos. Encontré mis libros y luego mi guitarra. Y todos juntos iremos muy despacio. Todos juntos. Caminando, casi bailando. Juntos retomaremos el camino al sol. Esta es sólo una pausa para buscarlos. Nos encontraremos todos juntos en el mismo camino. TODOS O NINGUNO.” Leer y quemar.
Cuando mandó a llamar al jefe de Seguridad en todo el celular corrió un frío. El silencio, la duda…
-¿Qué vas a hacer?
-Pido traslado.
-¿Al régimen de todos los beneficios? ¿Te entregarás?
No sé si se lo preguntaron. La duda que flotaba era: ¿Qué darás a cambio? ¿Qué nombres? ¿Qué datos?
Cuando regresó de la entrevista venía más flaca, más pálida.
-¿Qué te dijo “El Chancho”?
-Que va a ser un padre para mí.
-Qué hijo-putez- Entre dientes mascullaba la Hormi el dolor y la bronca. Al padre lo habían sacado de las filas del penal un día de visita. Lo habían hecho desaparecer allí mismo. Por eso se lo dijo el Chancho Galíndez, para que le quedara bien claro quién había sido.
-¿Querés un pucho?- le ofrecí.
-Sí, León, ahora me fumaría todo.
Creo que fui una de las pocas que le tuvo fe. Recordaba su cuento. Cuando vinieron a buscarla para cambiarla de pabellón, no hubo despedidas. Nadie le cantó como a cada una que se iba “Compañera”, esa bellísima canción creada por otra presa política, la maestra que, siguiendo a Paulo Freire, enseñaba alfabetización con su guitarra y cuadernos a las compañeras que lo necesitaban. Hasta que nos sacaron todo, radio, diarios y guitarra, en el ‘76, en la cárcel de Olmos:
COMPAÑERA
Yo te nombro compañera
y te siento camarada
porque viven los que sufren
en tu cálida mirada.
Porque en tu mano paloma
que va buscando horizonte
flor abierta por amor.
Y hemos de ser
una sola llama
un solo dolor.
Que mis manos puedan
espinas sacar
de tu cuerpo herido
y vos me ayudarás.
Y hemos de crecer
a la luz del alba
de un nuevo amanecer.
Y en un solo nudo
las manos se unirán
y en un solo grito
las voces alzarán.
Más por todo
yo te nombro
“Compañera”…
Nos abrazó a cada una de las compañeras de la celda. Lloré mucho. La Hormiguita, siempre cálida le dio un fuerte abrazo. Elefante, fría y distante. En silencio se fue.
Cuando terminó esa sanción permitieron algunos cambios de celda. Elefante pidió traslado con otras compañeras. Creo que ella sabía que yo me estaba enloqueciendo. Quedé sola con la Hormiguita. De ese tiempo sólo recuerdo su paz, su arte. Había una compañera catamarqueña, en ese celular, en ese piso, que era psicóloga. Aunque no había hablado casi con ella, le pregunté si podía hacer terapia, o algo así. Yo la llamaba Ángela Davis, porque había algo de ella, tal vez la fuerza interna. En cada recreo, día por medio tenía con ella, mi tiempo de terapia, indispensable como mi respiración.
-Siento que voy enloqueciendo -le contaba.-Como que en las oleadas se acerca una marea, y si luego retrocede, es para comenzar con más fuerza después.
-¿Qué me va a pasar cuando llegue a pleamar? -le preguntaba ansiosa.
-El problema es el miedo a lo desconocido. No hay que tener miedo, dejar que venga, que te invada, no poner oposición. Así como viene, se va. Igual que el mar.
Para David Cooper si tuviéramos pareja y amigos, con buena comunicación con ellos, no necesitaríamos terapia. El secreto es la oreja fraterna. Realmente lo sentía así. Aún hasta ahora recuerdo sus palabras:
-¿Y cuando tenías esas depres terribles? ¿Cuando parecía que el bajón no iba a terminar nunca? Hasta que tocás fondo. Es como una caída hasta lo firme. Como meterte en el agua de una pileta, cuando tocás el fondo, subís, dándole una patada al piso. Cuando llegués ahí vas a ir subiendo de a poco, con avances y retrocesos. Y ya no vas a tener más miedo. ¿O acaso le tenés miedo a tus depres ahora?
-No, que va. Si ya las conozco. Por eso amo tanto a Mario Benedetti cuando dice, más o menos así, en “Poemas de otros”, el libro que tenía en mi cartera en bandolera cuando me detuvieron:
Hoy me siento hosco y solitario no tengo a nadie a quien echar las culpas de mi soledad.
Sé que hoy no llegará
cierta carta que espero,
que quien amo
no pensará en mí.
Y lo que es mucho peor
pensarán en mí los coroneles.
Menos mal, menos mal
que me conozco.
Menos mal que mañana
o a más tardar pasado
sé que despertaré
alegre y solidario.
Que llegará la carta que espero y la leeré y releeré una y mil veces. Que quien amo pensará en mí y lo que es mucho mejor no pensarán en mí los coroneles.
Estaré tan, pero tan contento
que desde ya
mi soledad se espanta.
de Mario Benedetti en
“Poemas de otros”
Nos reíamos mucho porque a las dos nos gustaban los mismos autores. Y a falta de sus libros estaban sus poemas leídos y releídos, sabidos ya de memoria, con todas las adaptaciones y cambios que les da amarlos tanto.
Me contó su pena. Se había enamorado de un médico que tenía una enfermedad incurable. Se lo había contado. Ella decidió compartir todo con él, hasta el fin. Narraba su historia con tristeza, pero con una gran serenidad. Tenía paz.
Probablemente ame tanto este campo porque es la imagen de la paz.
-Negra, ésta es la paz de los cementerios-comenta Julio.
-No, es la paz de los monasterios- pienso yo.
Lo amo tanto cuando a la tardecita se pone los lentes, busca unas almohadas para estar recostado. Abre la Biblia y con la más profunda concentración lee en voz alta. Parece un profeta, los ojos brillantes, el pelo un poco parado, la barba larga; es Isaías enojándose con su pueblo. La voz se alza más fuerte. Aquí Dios le habla directamente a este pueblo. A este pueblo impío que adora los ídolos del dinero y el status. Cada vez con más entusiasmo lee, apasionado, hasta que encuentra el párrafo.
-Sí -ya la voz es serena, alegre, casi en paz. – Sí, ten fe.
Cierra la Biblia. La guarda en la mesita de luz, un banquito de madera que sólo tiene una carpeta bordada por mamá y la radio, desde hace menos de un año, cuando la pudimos hacer arreglar. En un estante abajo, sólo la Biblia. Se saca los lentes, los guarda en el estuche, cierra los ojos. Ya está en paz.
Después entran las nenas, que ya saben que ése es su tiempo y su espacio de meditación. Ambas están casi asomadas a la pieza. Guadalupe escucha atenta. Raitrai espera este momento en que sabe que luego jugará el papá con ella, le hará unos mimos y reirá mucho, mucho con sus cosquillas. Guadalupe parece una gata, se acomoda en el hombro, bien acurrucadita y lo mira embobada. Yo, un poco celosa. Si es así a los seis años, ¿cómo será a los quince? Julio, que me conoce, me mira y se ríe con toda la boca grandota, con sus carcajadas.
-Beba, ¿vos lo querés a papá?
-Shí.
-¿Hasta dónde?
-Hasta el cielo.
-¿Y en el cielo quién está?
-El Señor.
-¿Y el Señor cómo se llama?
-Jeshú.
-¿Y vos lo querés a Jesús?
-Sí.
¿Hasta dónde?
Y pueden seguir las preguntas y respuestas por larguísimo rato, porque Raitrai lo sigue. Es un juego entre el papá y ella. Estos secretos compartidos como cuando recién nacida le compuso una música bella, muy bella, que cada tanto Julio la olvida y la recuerda a la noche cuando va a hacer “noni”. -Papá, asheme noni-
Julio la palmea, le canta y la duerme al ratito. Cuando la que le hago “noni” soy yo, no hay caso, tarda horas en dormirse. Primero se duerme la Guby y, a veces, yo antes que ella. Me doy cuenta porque me despierto y Raitrai aun dormitando me dice:
-Mamá, cantame “Abuelita”-
-“Manuelita vivía en Pehuajó, pero un día se marchó”.
DE LA VISIÓN BUCÓLICA DEL CAMPO
-July, ¿te leo la carta que le escribí a Laura?
-¿A quién?
-Laura Greizertestein, la sabia estudiante de Psicopedagogía y Psicología, siempre inconclusas por falta de guita para bancar estudios universitarios, la ex esposa de mi hermano Rodrigo. El periodista de Radio Nihuil, de Mendoza, de los tres premios Martín Fierro a la producción de radio del interior que se fue al Canadá cuando su tercer pareja, licenciada en Ciencias de la Comunicación, seis o siete años de estudio, solo consiguió un miserable laburito de ayudante en la Universidad donde estudió, ganando menos que un plan. Va a ir para la novela.
-Es que eso no es una novela. Es un montón de cosas sueltas sin sentido.
-La idea es mostrar cómo en una sola persona, conviven varias, como si fuera un holograma, esa serie de fotografías que muestran lo tridimensional.
-Mirá que Gabriel, que está pasando tus manuscritos, me dijo que faltaba el hilo del relato, a quién va dirigido, qué querés decir. Si no todo es muy pesado, aburrido.
-¿Cómo te explico? Es como si vos fueras el personaje, vos no tenés una sola personalidad, sos muchas en una sola persona. Por eso no me convence lo de la esquizofrenia como varias personalidades. No me vas a decir que si vos te encontrás con otros podólogos con los que fuiste a cursos de capacitación en los mejores hoteles, vas a hablar lo mismo que si te encontrás con los artesanos, los locos, de Las Grutas. Nada que ver.
Vos sos uno en la ciudad de enfrente, llegás allá pura sonrisa, saludando a todo el mundo. Aquí vas al pueblo y ya los mirás levantando la barbilla con cara de asco, como diciendo: “¿Qué te pasa a vos?”. Sos uno con Gastón, tu hijo adolescente y otro con Raitri que es una beba. No hablás lo mismo y sin embargo sos la misma persona.
-Ah, bueno, ahora entiendo algo. Pero eso se tiene que explicar, si no es un conjunto de papeles y papeles.
-A veces me preocupa mi falta de autoestima, pero si con tu estímulo sigo escribiendo, la verdad es que estoy mejor.
-Bueno, Negrita, no te ofendás -mimoso se acerca y me abraza. -Aquí son mandados a hacer para ofenderse. Todo el mundo se ofende rápido. Dale, vení, acostate y léeme algún cuentito.
Me río a carcajadas y me meto en la cama.
Riéndome lo imito:
-Hasta soy capaz de sacrificarme tanto que puedo escuchar alguna de esas cosas tan largas y aburridas, en vez de oír algo de música.
Se acurruca bien, juntito y sé que está cansado. Apago la luz. Mejor me quedo pensando cómo organizar este lío de papeles y papeles.
(continuará)
Columnista invitada
Lucía Isabel Briones Costa
“Mi pecado fue terrible: quise llenar de estrellas el corazón de los hombres” decía el poeta… Desde los lejanos años de estudiante del profesorado en Historia en la Universidad Nacional del Sur, dediqué mi vida a la educación. En los tiempos previos a la dictadura de 1976 enseñaba en una vieja aula de la Facultad de Agronomía el bachillerato de adultos, tarea compartida con los compañeros, casi todos presos políticos después en Bahía Blanca. Cuando era rector Remus Tetu se hizo una razzia contra docentes, no docentes y estudiantes, especialmente contra los alumnos de Humanidades, Sociología y Economía. Estaba terminando mi carrera, cursando las últimas materias cuando fui detenida y puesta a disposición del PEN, el Poder Ejecutivo de la Nación, durante tres años y tres meses, hasta diciembre de 1978. Estuve en las cárceles de Villa Floresta, Olmos, Devoto y los tres últimos meses en la U20, la cárcel dentro del Hospital Borda, donde un prolijo tratamiento con drogas psiquiátricas hizo borrar totalmente mi memoria. Así me dejaron en libertad, diciéndole a mi padre: “Su hija es irrecuperable, será un vegetal hasta el día de su muerte. Que Dios les de la Santa Resignación”. Gracias a haber encontrado la ayuda adecuada pude recuperar, poco a poco, la razón perdida. Y me fui a La Pampa, donde fui docente de escuelas primarias y secundarias en la pequeña localidad de 25 de Mayo y en el Terciario de Formación Docente de Catriel, Río Negro. Recién en 1997, pude terminar mi profesorado en la Universidad del Comahue, para cuando mis compañeras de promoción de la Universidad del Sur ya estaban por jubilarse. Luego comencé la maestría en Historia Latinoamericana de los siglos XIX y XX, la cual se interrumpió cuando la Universidad no podía pagar a los docentes, varios doctores en Historia. En ese tiempo de docente rural comencé a escribir narrativa, tarea que continué al jubilarme en el bello mar de Las Grutas, en Río Negro. Seguí escribiendo con la alegría de dar un legado en su educación a mis hijas: la mayor psicóloga y la menor, maestra y profesora de Historia, ambas egresadas también de la Universidad del Comahue.