(viene de la entrega anterior)
Querida Flaca:
Parece que hubiera sido hace milenios que no me siento frente a un papel con la birome para escribirte. Fue tu cumpleaños. Lo recordé todo el tiempo. Nunca lo olvido, pues está junto al de papá. En esos días estaba también la presentación de Vicky en el teatro.
Pero no me sentía para llamarte por teléfono, tal vez por aquello de solo charlar, mate por medio o por carta. Imposible como Buenos Aires, largas horas por teléfono.
Aquí uno ve los pulsos y calcula cuanto es y ya está la traba.
El tema es poder clarificar un poco las distancias de tu llegada. Creo que ya fue. Ni julio ni yo queremos nada con la cana.
Comprendo tu amistad con ese policía. Inclusive creo que puede ser buena persona.
No descarto que dentro de todas las instituciones hay gente respetable. Vino papá y estuvimos charlando incluso de un tío mio, mi padrino de bautismo, un alto oficial del ejército durante el onganiato. Por estar en los cuarteles y no en la política, lo internaron en el hospital militar con apendicitis y le pusieron agua caliente. Bolsas de agua caliente (cuando en una inflamación se pone hielo). Lo mataron, sencillamente. Un asesinato en el hospital militar, donde están los mejores médicos militares.
Tal vez de allí pueda comenzar el profundo antimilitarismo que tengo en las entrañas. Es totalmente ilógico destinar un sólo centavo para el mantenimiento de las fuerzas armadas (FFAA) o de la seguridad.
Hace poco me decían que hay países que no tienen FFAA o de seguridad.
Costa Rica, creo que Suiza también. Pero en todas existe la policía.
Pero existe la delincuencia por una mala distribución de la riqueza, no por no dar oportunidades de educación, salud y nivel de la vida como corresponde.
Te voy a contar cómo comencé a sentir la inutilidad de la policía.
Te hablo de cuando me quedé sola en la universidad (tenia 19 años y era entonces hermosa y joven).
Estaba en una pensión y volvía a la noche después de las clases de la universidad, a eso de las 23 horas.
Una noche de invierno, regresaba con mi minifalda (se usaba entonces) un cancán y las botas, dos tipos me agarran y me meten en un baldío. Nunca había hecho el amor, era la época que esperaba encontrar el amor con mayúsculas.
Recuerdo mis carpetas y libros tirados, un tipo que me agarraba de la boca y que yo, a los alaridos, pedía socorro. Entonces me aprieta el cuello y el otro trata de bajarme la ropa interior, tarea no sencilla por las botas y el cancán.
En un momento sentí que desfilaba mi vida entera y todos los que había amado. No quise estar en ese momento arrastrada por esos tipos.
Perdi la conciencia un momento, y luego cuando la recuperé tomé fuerzas y salí corriendo, pateando y gritando.
Llegué a la pension llorando, desesperada. Entonces se me ocurrió, como buena inocente que era en esa época, llamar a la policía. Al rato viene el patrullero con unos seis canas, que empezaron a burlarse. Que con esa pollerita… que yo qué estudiaba. Que si estaba preñada y mi noviecito no quería casarse. Que ellos ya conocían que tipo de mina era yo. Que a muchas así ya las tenían vistas.
Había un tipo más grande que les decía que se callaran y los otros le decían si acaso el quería quedarse conmigo.
Todo era una joda. Y yo solo un trapo. Y sentía que esto incluso era peor que lo anterior.
Me llevaron al hospital. Tuve que esperar que me revisara un tipo, un medico mientras el cana estaba presente, y hablaban entre ellos y a mí ni una palabra. Que tenía sangre, que no, que parecía que no había habido penetración y me preguntaban si me habían penetrado o no. Y yo les trataba de explicar que no sabía, que me había quedado inconsciente y que como nunca había hecho el amor…
Fue horrible. Después volver al lugar, las carpetas tiradas. Midiendo el lugar, el espacio, los metros. Y yo juntando mis hojas, mis apuntes.
Después a una comisaria. Esperar un tiempo. Un oficial.
Que eran ya las tres de la mañana que al día siguiente fuera a ratificar la declaración. Que cómo eran. Que el color de pelo, que la estatura. Y yo con dolor de cabeza y que no recordaba, que no me fijaba en esas cosas.
Cuando me lleva de regreso el tipo mas grandote seria un suboficial, me dijo que tenia dos hijas en la universidad y que serian de mi edad. Que el me recomendaba no seguir adelante porque sino no recordaba, que me harían careo los posibles violadores y que luego no me salvaría, sino eran los mismos serian otros.
Recién entonces comprendí la tremenda inutilidad de la policía.
Años mas tarde entendí que el sentido de todo era esa infancia sin amor.
Unos tipos que no habían podido llegar a ser amados. Que los amaran por ser así. La única verdadera prevención.
En mi detención y luego de la cárcel conocí algunas personas no endurecidas. Pero te aseguro que fueron totalmente la excepción. Ellos creían que cumplían con su deber y su deber era ser totalmente hilos de puta.
Les habían lavado tan completamente el bocho que había anulado su esencia de seres humanos.
Creo que las personas honestas, veraces, en esas instituciones lo único que hacen es avalar la institución. Lo que enferma a la sociedad es tener las instituciones basureros.
En un pueblo como éste, tan chico, todos saben quien es quien. Pero a micro escala del país, los “grandes” están en la corrupción, en la evasión impositiva, los hijos de… integran las mini patotas.
Pero si tienen que cubrirse, detendrán al Jean Valjean de Los Miserables, al que roba un pan o una gallina, al cuatrero de animales. Al que detenga el poder, nada.
Lo tenés en Catamarcey Luque.
Inclusive, yo misma he visto a la gente piola, la que detesta la policía, mentir y hacerse la amiga de quienes odian.
Mira, yo entiendo que vos hayas tenido otras vivencias y por eso no comprendas que nosotros no queremos saber absolutamente nada de la policía. Vos tenés tus amigos, tu sentir, pero entendé también los nuestros.
Mientras siga existiendo gente que con un uniforme y armas crea que va a lograr algo, lo único que se hace es generalizar la violencia.
“La violencia de los de arriba, engendra la violencia de los de abajo», decia Evita. Parar con la violencia. Esa es la cuestión.
(continuará)
Columnista invitada
Lucía Isabel Briones Costa
“Mi pecado fue terrible: quise llenar de estrellas el corazón de los hombres” decía el poeta… Desde los lejanos años de estudiante del profesorado en Historia en la Universidad Nacional del Sur, dediqué mi vida a la educación. En los tiempos previos a la dictadura de 1976 enseñaba en una vieja aula de la Facultad de Agronomía el bachillerato de adultos, tarea compartida con los compañeros, casi todos presos políticos después en Bahía Blanca. Cuando era rector Remus Tetu se hizo una razzia contra docentes, no docentes y estudiantes, especialmente contra los alumnos de Humanidades, Sociología y Economía. Estaba terminando mi carrera, cursando las últimas materias cuando fui detenida y puesta a disposición del PEN, el Poder Ejecutivo de la Nación, durante tres años y tres meses, hasta diciembre de 1978. Estuve en las cárceles de Villa Floresta, Olmos, Devoto y los tres últimos meses en la U20, la cárcel dentro del Hospital Borda, donde un prolijo tratamiento con drogas psiquiátricas hizo borrar totalmente mi memoria. Así me dejaron en libertad, diciéndole a mi padre: “Su hija es irrecuperable, será un vegetal hasta el día de su muerte. Que Dios les de la Santa Resignación”. Gracias a haber encontrado la ayuda adecuada pude recuperar, poco a poco, la razón perdida. Y me fui a La Pampa, donde fui docente de escuelas primarias y secundarias en la pequeña localidad de 25 de Mayo y en el Terciario de Formación Docente de Catriel, Río Negro. Recién en 1997, pude terminar mi profesorado en la Universidad del Comahue, para cuando mis compañeras de promoción de la Universidad del Sur ya estaban por jubilarse. Luego comencé la maestría en Historia Latinoamericana de los siglos XIX y XX, la cual se interrumpió cuando la Universidad no podía pagar a los docentes, varios doctores en Historia. En ese tiempo de docente rural comencé a escribir narrativa, tarea que continué al jubilarme en el bello mar de Las Grutas, en Río Negro. Seguí escribiendo con la alegría de dar un legado en su educación a mis hijas: la mayor psicóloga y la menor, maestra y profesora de Historia, ambas egresadas también de la Universidad del Comahue.
(Cuadros de Antonio Berni)


